20061124

EMBAJADOR ITINERARIO PLENIPOTENCIARIO.-

Ha sido nombrado Embajador plenipotenciario, el Excelentísimo Duque de Alejandreta.
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Como en otros temas, el brillante analista británico Mark Leonard se adelantó cuando habló ya hace algunos años de la “diplomacia de diáspora”, de la necesidad de instrumentar las migraciones al servicio de la diplomacia pública. Y digo que se adelantó porque a raíz de los atentados de Londres el interés por esta estrategia está resurgiendo al tomar conciencia los gobiernos occidentales de que deben actuar sobre las comunidades de inmigrantes musulmanes para prevenir el terrorismo internacional. Se está haciendo en el Reino Unido, pero también en Holanda, Francia y otros países.
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Un obstáculo en la implementación de estas medidas es la barrera institucional y mental entre la política exterior y la política interior. Una diplomacia pública de este tipo supone levantar la barrera entre lo interior y lo exterior, sobre todo en países como los EEUU en donde está prohibido emitir hacia adentro mensajes destinados hacia el exterior.
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¿En qué sentido son las migraciones relevantes para la diplomacia pública? Lo queramos o no, los emigrantes son embajadores de la sociedad de origen y contribuyen a formar su imagen en la sociedad receptora. Pero a menudo olvidamos que el efecto es bidireccional, pues los emigrantes también contribuyen a la difusión de la imagen y los valores de la sociedad de destino en los países de origen. Frente a la hipótesis de Huntington, varios trabajos subrayan que los hispanos también están cambiando la imagen negativa de los EEUU en los países latinoamericanos, sobre todo los centroamericanos, representando una oportunidad, y no (sólo) una amenaza para los EEUU.
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Al mismo tiempo, en el país de destino, una vez se han integrado son útiles en las relaciones con los países de origen, tanto si se quedan como si vuelven. Siempre se pone el ejemplo de Madeleine Albright en los EEUU, originaria de un país del Este que tanto hizo por que los EEUU desempeñasen un papel activo en la región en un momento crítico en tantos aspectos (caída del Muro, nacionalismos, etc.). Quizá Vargas Llosa sería el ejemplo de un peruano que está haciendo más por la imagen de España en el exterior que muchos artistas españoles.
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Las comunidades de inmigrantes y emigrantes debieran ser el objetivo número uno de la diplomacia pública de cualquier país, o de la denominada Diplomacia Humanitaria
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Por su enorme cambio en los finales del siglo XX, España reúne la rara condición de haber pasado en poco tiempo de ser emisor a receptor. Se situa así entre los países que son grandes emisores pero que no son receptores, como Irlanda, y los grandes receptores que no han sido emisores en la misma medida, como los EEUU. Por este motivo, más que otros países, España debe considerar las migraciones como una baza fundamental en y para su diplomacia pública.
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Los emigrantes españoles en el exterior
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Utilizar las migraciones como instrumento de la diplomacia pública no es una idea del todo extraña en España. José María Aznar, a su manera, en el marco de su estrategia atlantista, se percató cuando señalaba la ventaja comparativa que para España suponía la minoría hispana en los EEUU. Los “latinos” serían el caballo de Troya para lograr alguna influencia en la de otra manera inexpugnable potencia norteamericana.
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Sin embargo, independientemente de las objeciones tácticas y morales que envuelven la estrategia, era una presunción basada en un análisis cuando menos superficial, pues los hispanos mantienen su lealtad con el país de origen antes que con España, y además la idea se gesta en un momento en el que la imagen de España en América Latina pasaba por uno de sus peores momentos. Quizá hubiese sido más realista recurrir a los vascos en algún estado de los EEUU que todos tenemos en mente.
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Y este último punto nos recuerda la importancia que para España deben tener los españoles en EEUU, América Latina y Europa. Las segundas generaciones, integradas definitivamente en la sociedad de destino, son una baza fundamental para que España gane una mayor influencia en la sociedad civil.
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La “España Exterior”, los emigrantes, pueden ser –deben ser– algo más que votantes o figurantes. No se deben acordar de ellos sólo en los comicios nacionales o municipales, cuando interesen con fines electorales, o cuando el 12 de octubre las embajadas y consulados organizan las fiestas de la Hispanidad para lucimiento del acto. Cualquier español que haya residido algún tiempo en Alemania guarda un imborrable recuerdo de los emigrantes españoles reuniéndose los domingos en sus centros gallegos o andaluces para bailar sevillanas o muñeiras con otros españoles, pero también con los alemanes, o turcos, amigos o compañeros de trabajo, a los que invitan a sus fiestas para confraternizar, siempre con gran poder de convocatoria. Sin duda, el turismo durante mucho tiempo ha sido el flujo más determinante de la imagen de España en el exterior, pero no deberíamos infravalorar el efecto de nuestra emigración masiva a Europa y América Latina.
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Como sabemos, los españoles en muchos países latinoamericanos son “gallegos” como consecuencia de la afluencia masiva de emigrantes provenientes del Fogar de Breogán en determinados períodos de nuestra historia.
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Cara al futuro, los hijos de estos emigrantes españoles son todavía más importantes, sobre todo cuando han visto mejorada la condición económica, el nivel educativo y la capacidad de influencia de sus padres, gracias al enorme esfuerzo de estos. Necesariamente, el hecho de que España haya visto como mejoraba su imagen en los últimos años tiene que reforzar su identificación de ese país, pues ya no hay nada de que avergonzarse, sino más bien todo lo contrario. Es sabido que las segundas generaciones en muchos casos viven sentimientos de desarraigo y buscan sentirse cerca de sus orígenes: esto ya ha pasado con los hispanos en los EEUU, donde el auge de la cultura hispana en parte se nutre de esta reivindicación de la identidad.
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Igualmente, los descendientes de españoles pueden sentirse útiles si se les moviliza adecuadamente para que se conviertan en difusores de mensajes y valores. Ellos pueden saciar su legítima búsqueda de identidad al tiempo que sirven a los legítimos intereses de España en el exterior. Pero esto no se va a lograr sólo convocándolos a las urnas una vez al año o a vistosos cócteles en las embajadas con igual frecuencia. Se deben poner los medios, como ayudas para que visiten España, o para que estudien español en los países europeos en los que residen o en el nuestro, o creando redes sectoriales en sus sectores de actividad. Tienen que sentirse partícipes de un proyecto colectivo, y no meros comparsas.
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La diáspora de creadores y científicos españoles en el exterior también es otro recurso fundamental que los gobiernos españoles, sean del color que sean, están desaprovechando inexplicablemente. Mientras ese país siga sin ofrecerles condiciones materiales y sociales, negándoles la remuneración y el prestigio social que deben tener en cualquier país avanzado, y mientras no podamos incentivarles a retornar, al menos debiéramos apoyarles fuera todo lo posible, en beneficio de la ciencia pero también de nuestra imagen exterior. Independientemente de que sean ciertas o no, sus quejas sobre la Universidad o las instituciones científicas son muy perjudiciales para una España que aspira a ser –y tener imagen de– una economía del conocimiento competitiva. En la medida de nuestras posibilidades deben sentirse al menos reconocidos, convocándolos e involucrándolos en las iniciativas de las embajadas, pero también brindándoles nuestro apoyo para su promoción en los países en los que desarrollan su actividad, creando cátedras y financiando sus proyectos de investigación.